Dice el insigne Cronista Oficial de la Villa de Castro del Río, Juan Aranda Doncel, que en condiciones normales las fértiles tierras de la campiña castreña a finales del siglo XVI producían un volumen de trigo bastante superior al que necesitaban los castreños de aquella época. Este excedente parece ser que explica el suministro de grano y otros víveres a las galeras reales en 1587. Estos preparativos de la expedición naval contra Inglaterra, decretada por Felipe II, son aprovechados por Miguel de Cervantes para conseguir un empleo de comisario, encargado del suministro de trigo y aceite a la flota, bajo las órdenes del comisario general Antonio de Guevara. Se ve que el célebre Manco de Lepanto no estaba muy dispuesto a dedicar el resto de su vida a cuidar los olivos y las viñas de su suegra tras sufrir alguna que otra frustración en sus aspiraciones de escritor. De ahí que aceptara el cargo, lo que le supondría gozar de cierta independencia económica. Comisionado por Diego de Valdivia, juez de la Audiencia de Sevilla, Cervantes recorre los caminos de Andalucía para proceder a las requisas que le corresponde cumplir, muy mal recibidas por campesinos ricos y canónigos prebendados. Es en la primavera del 1587, según prueba Juan Aranda, cuando Cervantes comienza su labor de comisario requisando trigo a miembros de la nobleza cordobesa que poseían fincas en el término de Castro, así como a la iglesia. Parece ser que el sacristán de la Parroquia de la Asunción se opuso al embargo de 100 fanegas de trigo siendo encarcelado por orden de Miguel de Cervantes. Entre juicios con los proveedores y excomuniones de vicarios anduvo nuestro escritor hasta que fue encarcelado en 1592 por el corregidor de Castro del Río, por venta ilegal de trigo.

No nos extraña, pues, que Cervantes en su inmortal obra hiciera topar al Ingenioso Hidalgo en más de una ocasión con la iglesia, como a él le ocurrió en más de una ocasión en la vida real.

Pero hete aquí que la famosa frase, aplicada cuando existe un impedimento religioso para la realización de algún acto o acción de "con la iglesia hemos topado", tiene otro origen. Y este origen, como no , nos remite al Quijote. En el capítulo IX de la segunda parte, don Quijote y Sancho llegan a El Toboso al filo de la medianoche. La noche está entreclara y don Quijote se empeña en buscar el supuesto palacio o alcázar de su amada Dulcinea. El hidalgo advierte a lo lejos un gran bulto y una sombra y descubre, al acercarse, una gran torre y que el edificio no es un alcázar, sino la iglesia del pueblo. Es entonces cuando afirma: "Con la iglesia hemos dado, Sancho."

Como podemos comprobar la frase está desprovista de segunda intención y la palabra "iglesia" está tomada en su acepción de edificio o inmueble. Con posterioridad es muy probable que a la cita, con el cambio del verbo dar por topar, se le diera un sentido negativo tomando la palabra en esta ocasión su significado de "congregación religiosa".

En este año quijotesco y cervantino en el que celebramos el IV centenario de la inmortal obra y en la que tanto se habla, tanto se escribe y tanto se sugieren conjeturas sobre la obra y el autor, por qué no seguir arriesgando en esta osada hipótesis de seguir emparentándonos con el Quijote y con el genial Cervantes.

Sea como fuere podemos relacionar esta frase, en una acepción u otra, con nuestro pueblo y con don Miguel. La acepción negativa relacionada a la iglesia como congregación está clara. La de edificio o inmueble, con cierta osadía, vamos a aclararlo. En cualquier noche entreclara o "escura", en un pueblo pequeño, en aquella época mal iluminados, lo más fácil sería toparse con la inmensa mole de la torre de la iglesia, como le ocurrió a Don Quijote, o como le pudo ocurrir a Don Miguel de Cervantes en una de las varias visitas que realizó a nuestro pueblo a finales del siglo XVI. Por estas fechas el edificio de la iglesia parroquial, que se remonta a los tiempos de Fernando III, sufre una importante remodelación. Sobre su portada plateresca, construida en el segundo cuarto del siglo XVI, se elevaba una torre con cinco campanas que en los últimos años del quinientos está muy deteriorada y que en los primeros años del siglo XVII está en obras.

Se topara con nuestro campanario o no, ayer como hoy, es fácil confundir los molinos con gigantes, las posadas con castillos y más de uno seguro, que de una u otra manera, se sigue topando con la iglesia.

(Para iniciar este blog he utilizado este texto que publiqué hace unos años en la Revista de Feria Real)

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Es sin duda el testigo más fiel que ha tenido nuestra feria real en los últimos cuarenta años. Con sus vaivenes de gaseosa y azúcar hasta los sobresaltos de coca cola y manzanilla, el tren de la escoba es el túnel del tiempo en el que, los que ya frisamos los cincuenta, se mezclan la más dura infancia y la más tierna madurez. A escobazo limpio hemos pasado estas ferias reales entre décadas prodigiosas, algunos hipis, protestas por los precios de la caseta, las remodelaciones de la idem, la música, el baile, el amanecer... Otros tiempos. Otros fantasmas. Otras modas. Otra feria.
Hay osados que se atreven a hacer comparaciones ponderando que la feria de su época era de otra forma, mejor si cabe que la de ahora. Claro está, la feria de nuestra infancia y adolescencia, siempre será la feria de nuestra infancia y adolescencia, la mejor. Pero el petróleo nos cambió la vida, algunos dicen que fueron los planes quinquenales, pero no es verdad, fue el petróleo. Y el PSOE con el PER. Ambos nos hicieron más desarrollados, más democráticos, más libres, con TV y radiocassette, con DVD y Mp3, con parabólica y fútbol de pago, con ordenador y operación triunfo, con guerras inútiles y atentados más inútiles todavía, con la derecha gobernando y la izquierda dormitando, con nacionalismos de oferta y un rey que se tambalea, con el GPS y el móvil, con el internet y con uno, dos, tres, cuatro, cinco… En fin, un montón de coches.
Y en estas que nuestra feria, no la de todos los días como ya hemos visto, también cambia, lógico.
Todo va p’alante hasta la feria. Ahora la feria de día es feria de tarde, incluso de noche, salvo contadas excepciones. Desde luego cada uno cuenta la feria según le va, o según nos va, y lo cierto es que en los últimos años el grueso de la tropa, en este 2007 con más INRI si cabe, ha cambiado el día por la tarde y ha llegado a partir de las cuatro, con el buche lleno a dar una vuelta y a por los cubatas en las discos de moda. ¡Hala y hasta que el cuerpo aguante! ¡Qué moderno semos! Sube la adrenalina y los litros de licor, pero la caja baja –¿a qué si montañés?– en la mayoría los chiringuitos del Real.
Otros, los menos, entre ellos los que no se toman tan a pecho eso de la disco, acuden un poquito más temprano en religioso ceremonial a tomar unas gambitas y un fino fresquito, a bailar en la peña del caballo, a probar el potaje en la flamenca, a por los mojitos y el karaoke en IU, a ver como está ese pata negra en la caseta municipal o simplemente a pasear y a montar a los niños en los cacharritos, que de todo ha de haber en la viña del señor.
Menos mal que aún nos queda la segunda hora en la municipal. Se nota que los noctámbulo/nostálgicos, un servidor entre ellos, por la noche lo tienen más claro y prefieren las buenas orquestas y el baile, qué se le va a hacer. Como decía mi primo, cada uno en su caseta y todos en la municipal.
En fin, que cada uno se lo monte como quiera, moderno o antiguo, que busque si quiere eltérmino medio, que también está bien. ¡Hay batatas para todos! Aún quedan cincuenta fines de semana hasta el año que viene para meterse en una disco y un año para volver a disfrutar de la feria. No hay que rasgarse los faralaes, ni el chaleco y mucho menos tirar el sombrero al río, bastante tiene el río ya con lo que tiene. Todo se reduce a una cuestión de hábitos y de buena temperatura. Mi primo añadiría también: y de buena alimentación que bastante más se perdió en Cuba.
¡Abundio, guarda la escoba y dame una ficha que me voy a dar otra vuelta.

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